La
noche tiene olor a asado
La
noche tiene olor a asado. Salgo al patio, inflo el pecho, me relamo. Miro para
arriba y ahí está la luna, después de los cables. No creo en la luna.
Creo
en el edificio de enfrente: la noche oscura tapa todo y las ventanas luminosas
aparecen flotando en fila, prolijitas.
Ahí
está el tío, acompañado de sombras. Él sí que sabe de asados. En su casa hay
posters de cortes vacunos y fotografías de caballos y toros, comtemplarlos es
una maravilla. En las otras ventanas se recortan familias, ancianos, y mascotas
pequeñas.
No
creo en las constelaciones. Me identifico con los humanos, me conmueve el
detalle de todo lo cercano. Dentro de algunos años, tendré hijos, gordos e
irreverentes. Y cuando crezcan les voy a enseñar una cosa, una cosa muy grave
que mi madre se olvidó. Voy a casarme con un plomero, un cazador o un
electricista, para que mis hijos aprendan un arte manual. Una técnica
cualquiera, da igual, pero que no les pase como a mí, que me faltó una
educación y me costó bastante aprender a hacer un pancho. Y después de la cena
y antes de dormirnos, voy a poner siempre música con cancioneros para que
cantemos el plomero, yo y mis hijos. Mi casa será siempre una fiesta. Un jardín
con camas y mesas que apenas se vean entre las hojas y las flores. También
tendremos animales, y si mis hijos quieren entrar pájaros, no voy a decirles
no.
Paula Moya.
30.30 poesía argentina del siglo XXI. Colección Juan Gelman.
Poesía seleccionada por el alumno Plaza Agustín
Leonardo 3° 4ª TT
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