viernes, 17 de abril de 2015

Un momento para disfrutar...

  LA CRUZADA DE LOS NIÑOS (Fragmento)


Fue en Polonia, el treinta y nueve,
donde una invasión sangrienta
convirtió en agreste tierra
muchas de sus ciudades y aldeas.

El hermano perdió a la hermana
la mujer al hombre, en el batallón;
entre tanto fuego y ruinas
el niño a los padres no encontró.

De Polonia no llegó más,
ni cartas ni noticia impresa.
pero una extraña historia, allá
en el Este, aún se cuenta.

Caía la nieve mientras se relataba,
en una ciudad oriental,
la cruzada de los niños
que, en Polonia, echo a andar.

Allí, multitud de niños hambrientos
inundaron los caminos,
arrastrando a su paso a otros
que huían de sus pueblos destruidos.

Trataban de escapar de la guerra,
nocturno infernal,
y así, quizá, algún día alcanzar,
en otro país, la ansiada paz.

Eligieron un jefe
por su ánimo y empuje.
Y aún tan niño, encontrar el camino
fue su única y gran incertidumbre.

Once años tenía la niña que, en brazos
llevaba al crío de cuatro.
Sin paz y sin hogar,
suplió toda carencia maternal.

Un niño judío iba entre ellos,
con cuello de terciopelo,
acostumbrado al blanco pan,
se abrió camino resuelto.

Guiados por dos hermanos
diestros en el arte de la guerra,
ocuparon una granja evacuada
que pronto inundó la tormenta.

Y, de lejos, camuflado en el paisaje,
un flaco uniforme gris le seguía.
Cargaba una terrible culpa:
de los nazis, una embajada traía.

Entre ellos surgió un músico
que encontró un tambor entre las ruinas.
Le quitaron los palillos:
tanto ardor delataba su presencia.

Y con ellos un perro que,
aún capturado como sustento,
fue aceptado como uno más;
no cabía más sufrimiento.

También tenían una escuela
y un pequeño maestro de caligrafía.
En la coraza ametrallada de un tanque,
inconclusa quedó la palabra “alegr…”.

Hubo un concierto:
junto a un río rumoroso en pleno invierno,
redoble de tambor
sin miedo a ser descubiertos.

Y surgió un amor.
Ella tenía doce; el quince.
Peinaba sus cabellos
en patios ametrallados.

El amor no duró mucho.
Llegó el invierno:
cómo podrían florecer dos arbolillos
bajo un frío tan intenso.

También tuvieron su guerra
con otra agrupación afín
que, porque era absurda,
jamás llegó a concluir.

Y, aún luchaban a brazo partido
por una garita venida abajo,
cuando al bando rival, por decir algo,
se le acabó el rancho.

Al enterarse, el enemigo
envió patatas en son de paz,
pues un soldado desfallecido
mucha guerra no puede dar.

Tampoco un juicio faltó
a la leve luz de dos velas,
y el juez fue condenado
tras una penosa audiencia.

También se celebró el entierro
de un joven con cuello de terciopelo.
Dos polacos y dos alemanes
llevaron a la tumba sus restos.

Allí, protestante, católico y nazi
le dieron sepultura;
al terminar, un pequeño comunista
les recordó su labor futura.

Así pues, a falta de carne y pan,
tenían fe y esperanza.
¡Que no oiga yo reproche si robaron
a quien le negó amparo!
¡Ni tampoco contra el hombre
que no les convidó a su mesa!
Hace falta harina, no espíritu de sacrificio,
para alimentar a media centena.

Se dirigían hacia el Sur:
las sombras que proyecta el sol,
a las doce del mediodía,
les guiaba hacia su salvación.

Recostado contra un abeto
hallaron a un soldado herido.
Cuidaron de él siete días
para que les revelara el camino.

Él solo exclamó: -¡Hacia Bilgoraj!
Y por fuertes fiebres aquejado
al octavo día murió.
También su cuerpo fue enterrado.


 Bertolt Brecht. La Cruzada de los niños. Colección Juan Gelman.
Poesía seleccionada por la alumna Sofía De La Torre 3º4ª  Turno Tarde.

1 comentario: